Érase una vez un chaval al que le encantaba conducir, los coches y todo lo que tenía que ver con ellos. Un día sus padres decidieron regalarle un coche, de segunda mano por supuesto, ya que en aquellos tiempos la economía no pasaba por su mejor época. Aún así, con un presupuesto bastante limitado, este chaval tenía claro lo que quería. Un coche de gasolina, más o menos potente, en buen estado de conservación, y sobre todo divertido de conducir, de esos que ya no hacen.
Con estas premisas el círculo de búsqueda era demasiado amplio, había que acotar algo más. “Hmm, ¿tracción trasera?” pensó. Con esta nueva condición en mente la búsqueda se reducía bastante, de echo, para este chico se reducía básicamente a una marca, Bayerische Motoren Werke, aunque quizás la conozcas por sus siglas, BMW. Además así aseguraba el componente “diversión”. Era una marca que siempre le había gustado, por su filosofía, por sus berlinas de corte deportivo que, sin perder un ápice de practicidad, ofrecían un placer de conducción muy superior al de otras marcas. Puesto de conducción relativamente bajo, cambios de marcha cortos y precisos, pedales más duros de lo habitual, direcciones menos asistidas…
Su ilusión aumentó cuando buscando en páginas de segunda mano vio que había bastantes modelos que se ajustaban a su presupuesto, por el contrario parecía complicado encontrar alguna unidad que estuviera cuidada como a él le gustaría, como a un verdadero amante de los coches le gustaría.
Continuó su búsqueda y en algunos momentos casi la dejó por imposible, hasta que un día, lo encontró, él ya lo sabía, era ese o ninguno. Un BMW 325i de la serie E36, del año 1992, aparentemente estaba en un estado excelente y tenía tan solo 78000 km, una cifra algo sospechosa de haber sido “afeitada” por otra parte. El único inconveniente era que el coche estaba en Madrid, a casi 600 km de donde él vivía.
Tras consultarlo con la familia y recibir el visto bueno se puso inmediatamente en contacto con el vendedor para conocer más detalles sobre el coche. Había más interesados, pero esperaba que ninguno tuviera tanto interés como él. Las dudas sobre el kilometraje se disiparon rápidamente, pues eran totalmente demostrables mediante facturas del taller. El coche había llevado un mantenimiento muy exhaustivo, incluso innecesario en muchos casos, pero mejor para él, seguro que le ahorraría unas cuantas sorpresas. Tras mas de un mes de interminables conversaciones por correo electrónico y llamadas de teléfono (era necesario dejar todo bien claro, no quería desplazarse 600 km en balde) por fin llegó el día. El día acordado por ambas partes fue el jueves 23 de febrero por la mañana. El madrugón fue de órdago, a las 5:30 AM ya estaba despierto para, junto a su padre, coger el primer tren con destino a la capital. A eso de las 9 de la mañana ya habían llegado a su destino y el vendedor les estaba esperando en la misma estación. Lo reconoció enseguida, obviamente, por el coche.
Tras una breve presentación padre e hijo hicieron una inspección ocular del coche, en directo parecía aún mejor que en las fotos, no había nada que objetar. El vendedor les invitó a dar una vuelta con el coche, primero conduciendo él y explicando un poco la vida que había llevado el coche. Finalmente el chaval se puso al volante para probar el coche, no pudo probarlo todo lo bien que le habría gustado pues circulaban por una zona con tráfico y en horario laboral, pero parecía más que suficiente. No había ruidos extraños, el tacto de todos los mandos era el correcto, el motor sonaba de maravilla, en resumen, sabía que era suyo. Tras el odioso, pero necesario, papeleo era suyo oficialmente. El vendedor, un señor muy amable, se despidió de ellos y de su coche con una mezcla entre alegría y nostalgia, no era para menos.
Tras repostar emprendieron el camino de vuelta, tenían 600 km y unas pocas horas de carretera por delante, pero para nada se hicieron pesadas, tan solo hicieron dos altos en el camino, uno para repostar y otro para comer algo. El coche devoraba los kilómetros con facilidad y los 192 CV del tren trasero hacían de los adelantamientos un verdadero placer, pudiendo reducir hasta dos marchas para disponer de todo el potencial bajo el pie derecho.
Por fin llegaron a casa, cansados, pero contentos, muy contentos y es que por fin era suyo, aun no lo había asimilado del todo pero ahí estaba, en su garaje, esperándole.
En fin, este ha sido el cuento de hoy, imagino que ya os habréis dado cuenta, pero ese chaval soy yo y este es mi coche:
PS: Espero que os haya gustado, como siempre los comentarios serán bienvenidos. Quizás me ha quedado demasiado “romanticón” el post jaja. Por supuesto habrá más posts sobre mi “nuevo” coche, con sesión de fotos en condiciones incluida. Por otra parte perdonad que no publique más a menudo, pero el tiempo me lo impide. Un abrazo para tod@s.